domingo, 1 de abril de 2012

Historia Maravillosa del Aloe



Antigüedad

Las virtudes curativas del áloe eran ya muy conocidas en
la antigüedad. Hechos auténticos, testimonios y relatos
legendarios salpican su historia.
Parecen ser los sumerios quienes, en la época de los reyes de
Akkad, hayan aludido por primera vez al uso terapéutico del
áloe (musabbar) en unas tablillas de arcilla.
El áloe figura también en vasos pintados egipcios de la época
arcaica. El “Libro egipcio de los remedios” del famoso papiro
Ebers (siglo XV a. J.C.) menciona igualmente el áloe en
fórmulas de curación que remontan quizá al tercer milenario
antes de nuestra era.
Para los hindúes el áloe figura como una de las mejores
plantas secretas del Atharvaveda (2), que lo apoda “el curandero
silencioso”.
En la Biblia encontramos su rastro en varios Libros
sagrados: (Números, Cantar de los Cantares, Evangelios).
En el Nuevo Testamento nos quedaremos con este pasaje del
Evangelio según San Juan :
“Llegó también Nicodemo, aquel que anteriormente había
estado con él por la noche, con unas cien libras de una mezcla
de mirra y de áloe. Se llevaron el cuerpo de Jesús y lo
envolvieron en lienzos con aromas, como acostumbraban a
sepultar a los judíos”.

(2) Atharvaveda: uno de los 4 “Veda” (en sánscrito: conocimiento), textos
fundamentales del hinduismo, que contiene fórmulas y conjuras. Está
compuesto por 731 himnos que tienen alrededor de 6000 estrofas: plegarias
expiatorias, conjuras mágicos, encantamientos, plantas o preparaciones
secretas destinados a curar todo tipo de enfermedades. Completado por el
Ayurveda (Veda de la vida), la ciencia hindú de la medicina.

En los tiempos de las persecuciones, los romanos obligaban
a los cristianos a quemar incienso en sus templos como
ofrenda a sus dioses. Para substraerse de esta obligación que les
horrorizaba, algunas comunidades cristianas de la Iglesia
primitiva (Edesa) reemplazaban el incienso oficial extraído de
la aquilaria agalochus (madera del áloe) por “incienso sagrado”
fabricado con áloe bíblico mezclado con mirra y benjuí (3)


Antiguo Egipto

Para los antiguos egipcios el áloe tenía la reputación de
conservar la belleza y el esplendor de las mujeres. Los faraones
lo consideraban un elixir de larga vida. La tradición quería que
fuese llevado durante las ceremonias funerarias un plantel de
áloe, símbolo del renacimiento de la vida, como regalo.
Plantado alrededor de las pirámides y a lo largo de los caminos
que llegaban al Valle de los Reyes, el áloe acompañaba al
faraón en su tránsito hacia el más allá, con el fin de cuidarlo y
alimentarlo durante su viaje. Cuando florecía era señal de que
el difunto había alcanzado felizmente la “otra orilla”.
Por otra parte los sacerdotes asociaban la planta a sus ritos
funerarios y la incorporaban a la composición de la fórmula del
embalsamamiento, bajo el nombre de “planta de la
inmortalidad”.
Pero el áloe también poseía, según los antiguos, virtudes
cosméticas. Se dice que el brillo de los ojos de Cleopatra era
sobre todo debido a un colirio hecho a base de áloe,
confeccionado por una de sus esclavas númidas, y que la
belleza de la piel y de la tez de Nefertitis surgía de sus baños de
leche de burra y de pulpa de áloe.


(3) Reina a menudo una gran confusión en los antiguos escritos entre el áloe

(aloe) y la madera del áloe que proviene de la aquilaria agalochus, un árbol
con madera resinosa y aromática del cual también se extraía incienso.



Grecia y Roma

Para los griegos el áloe era símbolo de belleza, paciencia,
fortuna y salud. En uno de sus tratados, Hipócrates describe
algunas propiedades curativas del áloe : crecimiento del
cabello, curación de tumores, alivio de disenterías y dolores de
estómago. Se dice que hacia el año 330 a. J.C., Alejandro
Magno, herido en el asedio de Gaza (Palestina) por una flecha
enemiga, vio como se infectaba su llaga durante el avance
conquistador a través de Egipto y del desierto de Libia.
Proclamado hijo de Zeus en el oasis de Amon, un sacerdote
enviado por el célebre Aristóteles (su preceptor y mentor), lo
untó con un aceite hecho a base de áloe que provenía de la isla
de Socotra y que le curó la herida. Parece ser que fue también
bajo el estímulo de Aristóteles que Alejandro Magno
emprendió una expedición naval para apoderarse de la isla de
Socotra y de sus plantaciones de áloe. En efecto se decía que el
jugo de esta planta volvía a los guerreros invulnerables.
Para muchos orientales el aceite de áloe tiene la reputación
de procurar sabiduría e inmortalidad. Los fenicios hacían secar
la pulpa extraída de sus hojas en odres de piel de cabra y la
exportaban por todo el área de influencia greco-romana.
Fue a lo largo de las guerras púnicas que los romanos
descubrieron, sorprendidos, las virtudes del áloe. Sus
prisioneros cartaginenses lo consumían en gran cantidad para
curar sus heridas.
En el siglo primero de nuestra era, Celsius, uno de los
precursores de la medicina, alabó también los méritos del áloe.
En lo que se refiere a Dioscorides, médico griego que sirvió
durante mucho tiempo en los ejércitos romanos, describía con
entusiasmo en su De materia medica las propiedades del áloe.
Destacaba entre otras la virtud de hacer coagular la sangre de
las heridas, de cicatrizar las desolladuras y las llagas abiertas,
de curar los forúnculos, las hemorroides. Pretendía también que
la pulpa fresca del áloe frenaba la caída del cabello y detenía
las oftalmias.
Plinio el Viejo (23-79 d. J.C.) describe en su “Historia
Natural” la original manera de curar la disentería inyectando
áloe con una pera para lavativas.
Oriente y África

Los beduínos de la península arábiga y los guerreros tuaregs
del Sahara conocen las virtudes del áloe, que llaman “Lirio del
Desierto”, desde la más remota antigüedad. Para proteger sus
moradas, los habitantes de Mesopotamia adornaban sus puertas
con hojas de áloe. En caso de epidemia o de escasez, los parsis
y los escitas tenían la costumbre de alimentarse con pulpa de
áloe. Como acabamos de ver, la isla de Socotra, en el océano
Índico, fue reconocida por sus plantaciones de áloe medicinal
desde el siglo V a. J.C. Sus habitantes exportaban los extractos
de esta planta (musabbar) hasta China (alo-hei), pasando por la
India, Malasia y el Tibet.
La iniciación a las virtudes medicinales y a los poderes del
cáñamo y del áloe formaba parte de la enseñanza de la secta
ismaelita, de la cual uno de los primeros y más ilustres
representantes fue el médico y filósofo Avicena, en el que se
inspiró Hassan ibn al-Sabbah, el famoso “Viejo de la
Montaña”, jefe de la cofradía de los Asesinos. Esta doctrina
incluía el aprendizaje progresivo de los arcanos de los “siete
sebayah” o “conocimiento del camino recto”, por medio de la
cual los ismaelitas otorgaban poderes mágicos a sus adeptos. El
áloe, que figura junto al cáñamo entre las plantas cultivadas
alrededor de la fortaleza de Alamut (norte de Persia), era
considerado por los ismaelitas como vulnerario*, antídoto y
elixir* de larga vida al mismo tiempo. Se dice que uno de los
secretos de la longevidad de los Templarios residía en el
famoso elixir de Jerusalén, elaborado con hachís, pulpa de áloe
y vino de palma.
Ocho siglos más tarde, Dominique Larrey, cirujano jefe de
los ejércitos de Napoleón, iniciado por un marabuto al que veía
curar milagrosamente las heridas más terribles infligidas a sus
mamelucos, aprendió a curar a los veteranos de la “Grande
Armée” gracias a la pulpa de las hojas de áloe abiertas a
sablazos. De ahí la expresión militar francesa: “sabrer
l'aloès”(4) (Archives du Val-de-Grâce).
La medicina basada en la Ayurveda (5) de la India siempre
tuvo en mucha estima al áloe, en tanto que parte integrante de
la farmacopea hindú. Al ser considerado como planta sagrada,
participaba en los rituales de sacrificios, y algunas de sus
especies eran rigurosamente protegidas. Actualmente aún se
ponen encima de las hogueras funerarias hojas de áloe, símbolo
de renacimiento y de eternidad.

(4) “Dar un sablazo al áloe”. N. de T.
(5) Ayurveda o Veda de la vida. Medicina tradicional hindú cuyas recetas y
fórmulas formaban parte de los Atharvaveda. Ver : nota página 11.


Edad Media y Renacimiento

En la célebre obra de medicina de la escuela de Salerno,
Constantino el Africano y sus discípulos reconocen un
puesto de honor a las virtudes terapéuticas del áloe. Robert
Dehin, en su libro Docteur Aloès (ver bibliografía), refiere
estos famosos versos dedicados a la planta fetiche :
Fue durante las Cruzadas cuando los guerreros cristianos de
Occidente descubrieron las virtudes del áloe, que sus
adversarios musulmanes consideraban como el remedio por
excelencia. A lo largo de sus conquistas, los árabes aclimataron
el áloe en Andalucía. Gracias a la pulpa del áloe los marinos
españoles de la Santa María, diezmados por la enfermedad y la
malnutrición, fueron salvados parcialmente, y aquello incitó a
Cristóbal Colón a llamarlo el “doctor en maceta”. A partir de
entonces los españoles transportaron siempre áloe a bordo de
sus navíos.
Paracelso, el gran médico del Renacimiento, descubrió los
méritos del áloe en Salerno, luego en España y en Portugal. En
una carta dirigida a Amberg, habla en palabras veladas del
“misterioso y secreto aloe cuyo jugo de oro cura las
quemaduras y los envenenamientos de la sangre”. Pero fueron
en especial los padres jesuitas portugueses y españoles quienes,
siguiendo los pasos de los primeros exploradores, cultivaron el
áloe en todas las colonias de América, de Africa y de Extremo
Oriente, planta de la cual conocían las propiedades curativas.
Los Indios convertidos lo llamaban “el árbol de Jesús”.


Indios de América

El áloe era junto al agave (6) una de las 16 plantas sagradas
de los amerindios.
A menudo confundidas, aunque no pertenezcan a la misma
familia botánica, sus hojas cocidas bajo las cenizas eran comidas,
la pulpa fresca frenaba las hemorragias y cicatrizaba las heridas;
fermentado, su gel amargo tenía la fama de “calmar” el vientre,
limpiar los riñones y la vejiga, disolver los cálculos, quitar la tos,
mejorar la expectoración y provocar la menstruación. En la
América precolombina, las jóvenes mayas se untaban la cara con
jugo de áloe para atraer a los chicos como lo hacía en otros
tiempos Cleopatra. Antes de salir a cazar o a la guerra, los
guerreros se frotaban el cuerpo con su pulpa. Para los Mazahuas
el áloe era la planta mágica por excelencia. Alejaba de toda
enfermedad a todo aquel que lo comía, le daba la fuerza
“haciéndole venir el dios en él”, concedía la lucidez al loco, al
borracho y a todo aquel que no gozaba de buena salud mental.
Una curiosa tradición maya afirmaba que si el “pulque” (vino del
agave) vuelve loco, el vino del áloe cura la locura. Los Jíbaros lo
habían apodado el médico del cielo ya que creían que la planta
sagrada les volvía invulnerables.
El tictil o curandero era para los Nahuas el hombre un poco
brujo que conocía las plantas poderosas y las plantas que curan.
Curaba las heridas, las picaduras de insecto y las mordeduras de
serpiente al untar las heridas con la “sangre” del áloe. Los Indios
se quitaban la migraña aplicándolo con cataplasmas alrededor de
la cabeza. Pero, como acabamos de ver, fueron los jesuitas
quienes relanzaron verdaderamente el áloe en las colonias de
América. Conocían las virtudes medicinales de esta planta que se
cultivaba cuidadosamente en los monasterios de Andalucía.

(6) Agave (de agavos, magnífico). Planta de la familia de las amarilidáceas,
a menudo confundida con el áloe, y más exactamente con el aloe vera, cuya
flor también es amarilla.El agave de Méjico fue una de las plantas sagradas
de los Precolombinos, particularmente para los Mayas y los Toltecas. Sus
hojas dan el sisal, fibras vegetales, y su “ corazón” da un vino de savia, el
pulque, cuya destilación da unos aguardientes muy apreciados: el mezcal y
el tequila. El racimo floral del agave puede alcanzar hasta los 12 metros de
alto. Solamente da semillas una vez a lo largo de su vida centenaria.


Extremo Oriente

En Japón el áloe es una planta reina. Decenas de especies son
cultivadas para usos múltiples. Se bebe, se come, se
consume y cura bajo todas sus formas. En otras épocas, antes
del combate, los samurais se untaban el cuerpo con pulpa de
áloe para expulsar a los demonios y volverse inmortales.
Actualmente, la pulpa del aloe saponaria sirve para hacer
jabones y productos cosméticos, el aloe ferox, el aloe thraskii,
el aloe marlothii entran en la composición de numerosas
preparaciones farmacéuticas y cosméticas.
Los chinos, que no son menos amantes del áloe que sus
primos japoneses, lo utilizan bajo todas sus formas. Desde hace
siglos el áloe es considerado como un medicamento específico
contra las quemaduras y enfermedades de la piel.
La farmacopea china de Li Shih-Shen (1518-1593) cita el
áloe entre las plantas con mayores virtudes terapéuticas y lo
llama : “remedio de armonía”.
Las espinas del aloe ferox servían de agujas de acupuntura
para los famosos “médicos descalzos”, terapeutas itinerantes.
Notemos que la medicina china tradicional, muy escrupulosa en
sus indicaciones farmacológicas y sus formulaciones, prescribía
reglas muy estrictas para la administración de los
medicamentos. Las fases lunares, la altura del sol, el momento
del día formaban parte de las recetas, conceptos hoy día
recuperados por algunos adeptos de las medicinas alternativas.
La medicina china moderna utiliza la pulpa del aloe sinensis
en el tratamiento de la arteriosclerosis.

De la Leyenda a la Ciencia
En numerosos países donde la medicina occidental no ha
expulsado del todo las medicinas tradicionales, el áloe
permanece la planta medicinal por excelencia. Las tradiciones
locales atribuyen a esta planta mágica virtudes de protección y
de buen augurio. Al regreso de una peregrinación, los
musulmanes cuelgan hojas de áloe traídas de la Meca en la
puerta de sus moradas, dando así testimonio de que han
cumplido bien su deber para que el Profeta venga a su vez a
visitarlos. Para los africánders y los zulús, el áloe es “la planta
que lo cura todo”. Algunas tribus del desierto hacen con él un
jabón líquido con el cual se untan el cuerpo y el cabello. Esto
les proporciona una piel resplandeciente y una cabellera
abundante y frondosa. Carol Miller Kent, en su libro Aloe vera,
refiere que un ungüento contra las quemaduras hecho a base de
áloe formó parte del botiquín llevado a bordo de la cápsula
espacial que llegó a la luna en 1969. Los trabajos del biólogo
soviético Israël Brekhman, que durante años permanecieron
secretos, demuestran la eficacia del áloe en los casos de
irradiación atómica. Fue Brekhman quien propuso el concepto
de “adaptógeno” para explicar su efecto regulador en el
organismo.
La reputación secular del áloe y la fama de sus virtudes
legendarias han incitado lógicamente a innumerables
científicos a estudiar sus propiedades medicinales y sus efectos
terapéuticos. Sin embargo, a pesar de su prevención frente a
este remedio de “andar por casa”, tuvieron que admitir, muy
sorprendidos, que muchas de sus virtudes legendarias no eran
en absoluto imaginarias, sino que, además, le han descubierto
otras de inéditas.

FUENTE: Marc Schweizer. Aloe Vera La planta que cura. 
Tradución: Anna-Maria Ascolies.







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